
De vender helados en la micro a liderar proyectos tecnológicos: la pasión como motor constante
Hace algunos años, mi trabajo consistía en subir a las micros con una caja de helados y la esperanza de venderlos antes de que se derritieran. No había planillas, no había métricas, ni frameworks ágiles. Solo había algo que sigue siendo el corazón de todo lo que hago hoy: pasión por hacer bien el trabajo.
Con el tiempo me di cuenta de algo que hoy intento transmitir a cada equipo con el que trabajo: la calidad profesional no depende del cargo que ocupas, sino de la actitud con la que enfrentas cada tarea. En aquel entonces no había validaciones técnicas, pero sí había disciplina, empatía con los pasajeros, adaptación al entorno, y algo que hoy llamamos resiliencia. Valores que, curiosamente, también son clave para cualquier desarrollador, líder de proyecto o emprendedor.
Después de cada jornada de venta de helados, me iba a mi casa a estudiar en silencio, sin ruido mediático, sin redes sociales ni aplausos. Solo por convicción, solo porque decidí que ese era el camino. Hoy lo sigo haciendo en silencio, pero con una diferencia importante: el impacto de lo que hago es mayor. Mucha gente me sigue en redes sociales, me escucha o me toma como referencia, y eso me recuerda que hoy tengo una responsabilidad aún más grande: la de inspirar con el ejemplo.
Otra lección que me acompaña es que la crítica no discrimina roles. Cuando vendía helados, muchos pensaban que “podía aspirar a más”. Hoy, incluso trabajando en tecnología, liderando proyectos, algunos siguen opinando: que debería optar por algo “más estable”, que “emprender no es para todos”. Aprendí que no se trata de silenciar las críticas, sino de tener muy claro por qué elegimos el camino que elegimos.
Y finalmente, algo que a veces olvidamos en la carrera profesional: crecer no siempre significa conseguir un “mejor empleo”. Crecer también es adquirir perspectiva, saber cuándo decir que no, tomar decisiones difíciles, liderar sin títulos, equivocarse y seguir aprendiendo. El verdadero crecimiento ocurre cuando te conviertes en una mejor versión de ti mismo, sin importar el cargo, la empresa o el salario.
Hoy trabajo en tecnología, lidero equipos y desarrollo soluciones digitales con impacto real. Pero esa esencia que me impulsaba a ofrecer un buen servicio en una micro llena de gente —con respeto, entrega y humildad— sigue intacta.
Porque al final del día, los valores con los que trabajas valen más que el puesto que ocupas.
Y tú, ¿qué aprendizajes del pasado siguen guiando tu presente? ¿Qué valores no estás dispuesto a negociar, sin importar el cargo que tengas? Me encantaría leerte.
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