Me cuesta mirar a los ojos en una conversación profesional (y está bien)
Durante mucho tiempo me sentí incómodo en situaciones profesionales donde se esperaba algo tan simple, pero a la vez tan complejo para mí, como mirar a los ojos de mi interlocutor. No es falta de interés. No es desatención. No es desdén. Es simplemente parte de cómo mi cerebro está conectado: tengo Asperger, y con ello vienen ciertas diferencias en la forma en que socializo y me comunico.
En ambientes profesionales, donde las normas no escritas son muchas y a menudo rígidas, esto ha sido un reto constante. Mirar a los ojos es interpretado como una señal de confianza, seguridad y respeto. Pero para muchas personas neurodivergentes, mantener el contacto visual puede ser incómodo, abrumador o incluso doloroso.
Durante años lo forcé. Practiqué. Leí sobre técnicas. Algunas funcionaron a medias, otras simplemente me agotaron emocionalmente. Hasta que entendí algo fundamental: ser profesional no significa parecerse a todos los demás. Significa ser claro, respetuoso, competente y humano, desde lo que uno es.
Hoy me siento más cómodo explicando esto cuando es necesario. Con colegas, con clientes, con estudiantes. A veces basta con una frase amable para poner contexto:
“Si no mantengo el contacto visual mucho tiempo, no es por falta de interés. Solo me concentro mejor de otras formas.”
En muchos casos, la respuesta ha sido comprensión y empatía. A veces incluso descubrí que otros también tenían dificultades similares, pero nunca se sintieron en confianza para decirlo.
Si estás leyendo esto y te has sentido fuera de lugar en un entorno profesional por cómo te comunicas o socializas, quiero que sepas: no estás solo. La diversidad también incluye la manera en que pensamos, sentimos y conectamos con los demás.
Las empresas que abrazan esta diversidad no solo construyen mejores equipos, también construyen espacios donde todos podemos aportar lo mejor que tenemos, sin necesidad de fingir.
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