Con los años aprendí que este trabajo depende de que des resultados y no problemas

Así, tal cual.

Si te pasan un requerimiento, por muy complejo que sea, tu trabajo no es cuestionarlo en voz alta, quejarte o buscar excusas. Tu trabajo es buscar la forma de sacarlo adelante. Punto.

No importa si el sistema está mal diseñado, si las herramientas son obsoletas o si el plazo es imposible. Lo que importa es que, al final del día, tú hayas movido ficha, hayas entregado valor y hayas demostrado que puedes mantener la nave en el aire, aunque todo tiemble.

Eso es lo que construye puentes de confianza. No las reuniones de alineamiento, no los PowerPoints bonitos, no los discursos motivacionales. Lo que construye credibilidad es tu capacidad de resolver bajo presión, de actuar cuando otros se paralizan.

Deja que tu trabajo hable por ti. Siempre. Porque cuando las cosas se ponen difíciles, nadie recuerda lo que dijiste en una retro. Recuerdan quién estuvo presente, quién no se escondió, quién asumió y entregó.

Conozco muchos profesionales que, ante el primer obstáculo, renuncian. No literalmente, sino en espíritu. Se amanecen sí, pero solo para reclamar. Se quejan de la falta de tecnología, de los procesos lentos, de los equipos desalineados. Y sin darse cuenta, se convierten en parte del problema.

Peor aún, alimentan una cultura del victimismo tecnológico: “No puedo porque no tengo”, “Esto no se puede porque no está hecho para eso”, “Yo no firmé para esto”. Frases que suenan bien en redes, pero que no pagan facturas ni sacan productos al mercado.

A las nuevas generaciones de ingenieros, desarrolladores, líderes técnicos: visibilicen los riesgos, sí. Levanten la mano si hay bloqueantes, claro. Pero no como excusa para no actuar, sino como herramienta para gestionar expectativas y pedir apoyo estratégico.

Aprendan a cumplir compromisos. Formalicen acuerdos. Y sobre todo, jamás sacrifiquen su palabra, su integridad o su ética por un plazo o una exigencia. Eso es lo único que nadie podrá quitarles.

Y por favor, bájense de la nube de la perfección. No existe el proyecto ideal. No hay stack tecnológico mágico. No todos nacimos con un MacBook en una startup de Silicon Valley.

En este rubro, para sobrevivir —y destacar— hay que dejar de lado la poesía del “todo debe ser ágil, limpio y sostenible”. A veces, hay que ensuciarse las manos, hacer refactor en producción, parchar con cinta canela y entregar hoy lo que otros dicen que no se puede.

Porque al final, lo que valora el negocio no es tu código bonito. Es si el sistema sigue funcionando, si el cliente pudo pagar, si el proceso no se cayó en hora pico.

El performance, la estabilidad, la entrega. Eso es lo que mide.

Lo demás, es prosa para likes.

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