
Si tú no tienes claro lo que quieres, no se lo puedes explicar a los demás
Hoy en día vivimos en una era de apariencias. Todo el mundo habla de propósito, de misión, de branding personal, de crecer, de impactar. Pero la verdad incómoda es que la mayoría no tiene ni idea de lo que realmente quiere.
Y eso se nota. Se nota en los perfiles que cambian de rumbo cada seis meses. En los emprendedores que lanzan cinco negocios distintos en un año. En los profesionales que piden “oportunidades” sin saber exactamente qué tipo de oportunidad buscan.
Aquí va la verdad que nadie quiere escuchar: si tú no tienes claro lo que quieres, no se lo puedes explicar a los demás.
No puedes esperar que un reclutador entienda tu valor si tú mismo no puedes resumirlo en una oración coherente. No puedes pedir inversión si no puedes explicar con claridad hacia dónde vas. No puedes liderar un equipo si ni siquiera sabes qué futuro estás tratando de crear.
La falta de claridad no es misterio, es evasión. Y el mundo no recompensa la evasión. Recompensa la decisión. La precisión. La valentía de decir: esto es lo que quiero, esto es lo que ofrezco, esto es por lo que estoy dispuesto a luchar.
Pasamos años buscando oportunidades cuando deberíamos estar buscando certezas. ¿Qué te mueve? ¿Qué estás dispuesto a sacrificar? ¿Qué tipo de vida estás construyendo?
Porque si no puedes responder eso con claridad, todo lo demás —los cursos, los mentores, los planes de acción— será ruido. Movimiento sin dirección.
Y al final del día, nadie va a adivinar por ti. Tampoco tu jefe, tu pareja o tu red de contactos. Si no comunicas lo que quieres, no lo vas a conseguir. Así de simple.
El primer paso no es actuar. Es saber. Y luego, decirlo en voz alta.
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