Si, las empresas tienen todo el derecho a despedirte
Suena duro, pero es elemental: una empresa tiene todo el derecho a elegir con quién construye su futuro. Hoy, sin embargo, se ha normalizado culpar a las compañías —especialmente a las grandes— por despedir personal, como si el éxito económico les quitara ese derecho básico. ¿En qué lógica se sostiene eso?
Imaginemos dos escenarios reales. El primero: una multinacional tecnológica decide reestructurar su área de soporte al cliente tras implementar un sistema de IA que automatiza el 70 % de las consultas. ¿Debería mantener a cientos de empleados solo porque tuvo ganancias el trimestre pasado? El segundo: una fábrica familiar, tras años de esfuerzo, logra expandirse. Pero al escalar, descubre que algunos roles ya no aportan valor. ¿Acaso debe conservar puestos obsoletos por temor a ser señalada como “insensible”?
Y hay un tercer caso, aún más revelador. Una cadena de retail, anticipándose al impacto de la digitalización en sus tiendas físicas, propuso un plan interno: reubicar a sus vendedores en áreas emergentes como logística, atención digital o gestión de inventario automatizado. La idea era clara: en lugar de despedir, reconvertir. Pero la propuesta fue recibida con escepticismo, incluso con ofensa. Algunos sindicatos y voces en redes sociales lo interpretaron como una “maniobra para explotar más con menos”, ignorando por completo la intención subyacente: preservar empleos en un entorno que ya no necesita los mismos perfiles de antes. Nadie celebró el esfuerzo preventivo; todos asumieron mala fe.
Estos no son casos de abuso, sino de adaptación. Y sí, existen empresas que sí abusan del sistema, manipulando la ley para evadir responsabilidades legítimas. Esas prácticas merecen sanción, sin duda. Pero no podemos generalizar ni convertir cada decisión empresarial en un acto de traición social.
Peor aún es la proliferación de modelos donde se negocian beneficios a cambio de cumplir lo que ya está en el contrato. ¿Desde cuándo lo básico se convirtió en moneda de cambio? Esto no fortalece al trabajador; lo infantiliza.
El romanticismo laboral actual —ese que pinta al empresario como villano y al empleado como víctima eterna— no solo distorsiona la realidad, sino que desincentiva la responsabilidad individual. Si tanto critica cómo otros gestionan sus recursos, ¿por qué no emprende? ¿Por qué no crea su propia empresa y demuestra que se puede hacer mejor?
No se trata de defender lo indefendible, sino de recuperar el equilibrio. En un mercado donde la única constante es el cambio, la empleabilidad depende menos de la lealtad de una empresa y más de la capacidad de uno mismo para aportar valor. Las ideologías rígidas no generan empleo; la innovación, la adaptación y la competencia sí.
Reflexionemos: si mañana tu trabajo desaparece, ¿lo salvará la indignación colectiva o su habilidad para reinventarse?
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