La mentira que todos hemos dicho (pero nadie confiesa)

Cuando recién empezaba en el mundo laboral, trabajaba limpiando un call center. No tenía mucho, pero sí muchas ganas de sobrevivir… y también de vivir. Un domingo me fui de fiesta. Lunes por la mañana: no llegué a trabajar. Ni aviso, ni justificación.

Esa tarde, sonó el teléfono de casa —sí, de esos que estaban clavados a la pared porque no todos teníamos celular—. Era la empresa. En lugar de decir “me pasé de copas y no pude levantarme”, solté la gran clásica: “Falleció mi papá”.

Nunca lo conocí, así que técnicamente no era del todo falso… solo muy conveniente.

Resultado: empatía masiva. Me dieron un bono por duelo familiar, me extendieron el permiso y hasta me enviaron flores a casa. Flores. Para el tipo que estaba durmiendo porque no había bebido demasiado la noche anterior.

Hoy, años después, veo lo mismo. Solo que ahora las excusas son más sofisticadas: “se me cayó el internet”, “hoy tengo cita con el dentista”, “mi hijo tiene una feria escolar urgente” o “mi gato está en depresión otra vez”.

Con el auge del trabajo remoto, las ausencias tienen diagnósticos más creativos que una tesis de medicina. Y nadie dice nada. Los jefes asienten. Los empleados acumulan días “improductivos” con excusas dignas de un guion de comedia. Y todos fingimos que el sistema funciona.

Pero aquí va la pregunta incómoda: ¿cuánta parte de nuestra ética laboral se ha convertido en teatro?
¿Y cuántos estamos tan quemados que ya ni siquiera podemos decir “hoy no puedo, necesito un día” sin inventar una tragedia doméstica?

No estoy orgulloso de mi mentira de juventud. Pero tampoco soy el único que alguna vez cruzó la línea por miedo, presión o simplemente por agotamiento.

El tema no es juzgar. El tema es preguntarnos por qué tantos sentimos que no podemos ser honestos en el trabajo.
Por qué la cultura laboral sigue castigando el descanso, el error o la vulnerabilidad.
Y por qué, en lugar de construir entornos seguros, normalizamos el engaño como estrategia de supervivencia.

Así que te pregunto:
¿Qué mentira has dicho tú en tu trabajo?
Y más importante: ¿por qué te sentiste obligado a decirla?

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