Si trabajas en dos lugares, no pidas compasión: pide disculpas si no rindes al 100 %
Hace poco, un conocido me contó que llevaba tres meses trabajando en dos empresas al mismo tiempo. Nada ilegal, por supuesto. Pero lo que me llamó la atención no fue la doble jornada, sino su queja constante: “Estoy agotado”, “No doy abasto”, “En la otra empresa me tienen exprimido”. Lo curioso es que ninguno de sus jefes sabía que tenía otro empleo. Y lo más contradictorio: cuando llegaba la hora de cobrar, no dudaba en reclamar su sueldo completo, sin ofrecer descuentos por el cansancio que tanto pregonaba.
Este caso no es aislado. Cada vez más profesionales acumulan roles, proyectos, contratos paralelos e incluso trabajos formales simultáneos. En un mercado laboral inestable, con salarios estancados y promesas de “flexibilidad” que a menudo se traducen en precarización encubierta, es comprensible buscar más fuentes de ingreso. Pero comprensible no significa exento de responsabilidad.
Cuando aceptas un contrato —ya sea por horas, por proyecto o indefinido— estás firmando un pacto implícito: tú aportas tu tiempo, tu energía y tu compromiso; la empresa, a cambio, te paga y confía en que cumplirás con lo acordado. Si decides romper ese equilibrio por tu cuenta, asumiendo otro compromiso que compite por tus mismas horas y tu atención, no puedes exigir que el primer empleador asuma las consecuencias.
Peor aún es cuando el segundo empleo se oculta deliberadamente, especialmente si el contrato original incluye cláusulas de exclusividad. No hablamos de moralina ni de lealtades románticas: hablamos de profesionalismo. Si firmaste que no trabajarías en otro lado, y lo haces igual, al menos no esperes que te aplaudan cuando llegues tarde, entregues con errores o pidas “comprensión” porque “ayer estuve hasta las 2 a.m. terminando algo para el otro trabajo”.
Tomemos dos ejemplos reales, aunque con nombres cambiados para proteger identidades.
Ejemplo 1: Camila, diseñadora gráfica
Camila trabaja como diseñadora senior en una agencia de publicidad con contrato de exclusividad. Paralelamente, desde hace ocho meses, ofrece servicios freelance a una startup de criptomonedas bajo un seudónimo en redes. Hasta ahí, podría parecer una estrategia astuta. Pero en la agencia, su calidad ha bajado: entrega con retraso, comete errores básicos y se ausenta en reuniones clave. Cuando su jefa le plantea el tema, Camila responde: “Es que estoy pasando por un momento intenso… ¿no podrías darme un poco más de flexibilidad?”. Nadie le pide que revele su otro trabajo, pero sí que cumpla con lo pactado. El sueldo que cobra no es parcial, y su rendimiento tampoco debería serlo.
Ejemplo 2: Rodrigo, ingeniero de software
Rodrigo tiene un empleo estable en una fintech y, al mismo tiempo, colabora con una consultora internacional en horario nocturno. No hay cláusula de exclusividad, así que técnicamente está en su derecho. Pero en la fintech, su productividad ha caído un 40 % en los últimos tres meses. Participa poco en las dailies, sus pull requests acumulan comentarios de corrección y sus compañeros deben cubrir sus tareas. Cuando el equipo le comenta, responde: “Es que el otro trabajo me exige mucho… pero no puedo dejarlo, necesito el dinero”. Nadie le pide que renuncie al otro empleo. Solo le piden que, mientras esté ahí, rinda como si ese fuera su único foco. Porque eso es lo que la empresa paga.
La doble (o triple) jornada no es un pecado. Es una decisión racional en un contexto donde la seguridad laboral brilla por su ausencia. Pero con esa decisión viene una obligación ética: no externalizar tus límites como si fueran problemas ajenos. Nadie te obligó a aceptar el segundo empleo. Nadie te obligó a ocultarlo. Y mucho menos nadie te obligó a entregar menos de lo que prometiste.
El mercado laboral actual está lleno de discursos sobre “empatía”, “bienestar” y “equilibrio vida-trabajo”. Pero rara vez se menciona la contraparte: la responsabilidad individual. Si eliges trabajar en dos lugares, debes hacerlo con la misma intensidad, calidad y entrega en ambos. No puedes cobrar como A+ y entregar como C. No puedes exigir comprensión por una situación que tú mismo generaste en secreto.
Y si no puedes mantener ese estándar, la solución no es pedir indulgencia. Es replantearte tus prioridades. Tal vez uno de los empleos no vale la pena. Tal vez necesitas descansar. Tal vez debes renunciar a uno antes de que tu reputación profesional se resienta en ambos frentes.
Porque al final del día, tu palabra, tu entrega y tu consistencia son tu capital más valioso. Y ese capital no se divide: se diluye.
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