Siempre hay tiempo de responder un mensaje
En el mundo profesional contemporáneo, donde la conectividad es constante y las herramientas de comunicación están al alcance de un clic, hay un fenómeno que se repite con una preocupante normalidad: el silencio selectivo. No se trata de la ausencia ocasional de respuesta por una emergencia real, ni de la saturación temporal que todos hemos experimentado. Me refiero a esa actitud deliberada de ignorar mensajes cuando vienen de ciertas personas, mientras se responde con celeridad, entusiasmo y hasta disculpas excesivas cuando el remitente pertenece a una esfera de mayor estatus.
Muchos justifican este comportamiento con la excusa del “estar ocupado”. Pero la ocupación no es un estado absoluto. Es, más bien, una elección de prioridades. Y en esa elección se revela, sin necesidad de palabras, quién merece atención y quién no.
Hace poco, un caso me dejó pensando. Le escribí a alguien en una posición de liderazgo a través de una plataforma de mensajería corporativa. Incluí un correo formal por si acaso. Pasaron horas. Luego días. Nada. No una palabra. Pero resulta que, en ese mismo período, esa misma persona respondió de inmediato —con saludos, emojis, incluso ofertas de ayuda— a mensajes provenientes de otros con títulos similares o superiores al suyo. El contraste no era sutil. Era descarado.
¿Qué nos dice esto de la cultura que estamos construyendo en nuestros espacios de trabajo?
Respuesta: mucho más de lo que quisiéramos admitir.
En teoría, todos estamos alineados con valores como el respeto, la colaboración y la equidad. Pero en la práctica, la jerarquía sigue dictando no solo quién habla, sino quién merece ser escuchado. Y lo más curioso es que este comportamiento suele estar envuelto en una fachada de profesionalismo. “Estoy muy ocupado con prioridades estratégicas”, dicen. Pero si realmente fuera así, no habría tiempo para responder rápidamente a los mensajes de ciertos interlocutores. La contradicción está ahí, a la vista de cualquiera que se detenga a observar.
Peor aún: esta práctica se está normalizando. Se ha vuelto aceptable ignorar a quien consideramos “menos relevante”, como si el respeto básico fuera un recurso escaso que hay que racionar según el cargo o la influencia del otro. Pero responder un mensaje —aunque sea para decir “no puedo ahora, pero lo reviso más tarde”— no es una concesión. Es un acto mínimo de humanidad. De reconocimiento. De cortesía profesional. Y sí, también de valentía. Porque implica reconocer que cada persona con la que interactúas tiene derecho a saber que su voz fue al menos recibida, aunque no sea inmediatamente atendida.
Este tipo de silencio no solo lastima. Erosiona la confianza. Desmotiva. Genera distancia. Y en entornos donde la colaboración interdisciplinaria es clave, esta actitud termina siendo contraproducente incluso para quien la ejerce. Porque cuando alguien se acostumbra a ser ignorado, deja de compartir ideas, de advertir sobre riesgos, de proponer soluciones. La empresa pierde, sin darse cuenta, el aporte de quienes aprendieron que no vale la pena hablar.
También hay una dimensión ética. Si trabajamos en organizaciones que dicen valorar la inclusión, la diversidad de pensamiento o la transparencia, entonces el acceso a la comunicación no debería depender de un organigrama. El respeto no se gradúa por título. Y la cortesía no es un lujo para quienes están “arriba”. Es la base mínima de cualquier relación humana, en especial en contextos donde nuestras decisiones afectan colectivamente a otros.
Claro, hay días en los que el volumen de trabajo es abrumador. Claro, hay momentos en los que no podemos responder con detalle. Pero no cuesta nada, realmente nada, enviar dos líneas: “Visto, gracias. Te respondo con calma más tarde”. Esa pequeña acción comunica más de lo que muchos informes corporativos: que valoras al otro como parte del equipo, no solo como un recurso funcional.
Y si no puedes ni eso… pregunta por qué. ¿Estás tan abrumado que no puedes escribir cinco palabras? ¿O simplemente has decidido que esa persona no merece tu tiempo?
No se trata de exigir disponibilidad constante. Se trata de exigir coherencia. Porque si respondes rápido a unos y silencias a otros, no estás gestionando tu agenda. Estás gestionando percepciones. Y en ese juego, todos perdemos un poco de dignidad.
Al final del día, lo cortés no quita lo valiente. Pero lo indiferente sí quita lo humano.
#RespetoProfesional #CulturaLaboral #LiderazgoConHumildad #ComunicaciónEfectiva #TrabajoEnEquipo #ÉticaDigital #SilencioSelectivo #HumanidadEnElTrabajo
Deja tu comentario
Su dirección de correo electrónico no será publicada.
0 Comentarios