Todavía hay muchos profesionales que creen que liderar es correr adelante, hacer más ruido, imponer decisiones y apurar al resto en nombre del “resultado”. Se venden como líderes porque logran cumplir objetivos… pero nadie habla del costo humano y técnico de ese cumplimiento.
No es liderazgo si tus colegas terminan quemados, resentidos o desmotivados.
No es liderazgo si tu equipo se desarma apenas tú no estás.
No es liderazgo si necesitas mostrarte como el héroe para justificar tu lugar.
En muchas empresas se sigue premiando a quienes “sacan el proyecto como sea”, aunque eso implique ignorar procesos, pasar por encima de otros equipos, maltratar colaboradores o tomar atajos técnicos que después se pagan carísimos.
Y todo por un par de gráficos bonitos en el PowerPoint de cierre de sprint.
¿De verdad vale la pena?
Ese tipo de “liderazgo” crea una cultura de miedo, de competencia tóxica y de desconfianza.
Y lo peor: perpetúa la idea de que el fin justifica los medios, siempre y cuando el KPI se vea bonito en la reunión de dirección.
Este tipo de liderazgos termina exprimiendo a los buenos elementos hasta que los destruye. Luego los reemplaza, destruye al siguiente, y así sucesivamente. Mientras tanto, como los números cierran y el show continúa, esos “líderes” van ganando visibilidad positiva, les dan más responsabilidades, y siguen ascendiendo en las empresas.
Y lo más lamentable: suelen ser muy bien evaluados en el mundo empresarial.
Seguramente hay algo que yo no estoy viendo. O algo que no estoy entendiendo.
Pero no sé… a mí no me convence liderar así. Algo remece mis principios de manera negativa. Me resulta incongruente. Frío. Hasta deshumanizante.
No confundas liderazgo con protagonismo.
No confundas entregar rápido con entregar bien.
No confundas visibilidad con impacto real.
Y algo más incómodo aún:
¿Sabes qué opinan de ti las personas a quienes diriges?
¿O solo tienes la información maquillada que te dan para no cruzar la línea de decirte tus verdades a la cara?
Porque liderar también es estar dispuesto a escuchar lo que no te gusta. Es tener la humildad para saber que puedes estar equivocado. Que no siempre eres el ejemplo. Y que a veces, tu forma de “liderar” solo genera resentimiento silencioso y obediencia forzada.
Liderar es tener la madurez de escuchar, de construir equipo, de retroceder cuando hay que hacerlo, de compartir los logros y también las fallas.
Liderar es generar espacios donde otros también crecen, aunque eso implique que tú no seas el único que brilla.
¿Estás liderando o estás arrasando?
¿Estás guiando o solo estás acumulando medallas?
Porque si para que tú destaques otros tienen que quedar mal… entonces no eres un líder. Eres un problema.
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