Conoces a alguien que acepte las condiciones de un empleo y al tercer día se está quejando por las condiciones

Tienes un amigo que firma un contrato, acepta el salario, las horas, las responsabilidades y todo lo que conlleva el puesto. A los tres días ya está en redes sociales quejándose de las condiciones. Del horario. Del jefe. De la cultura. De las tareas. Como si nadie le hubiera advertido de cómo era el trabajo.

Y lo peor no es que se queje. Lo peor es que muchos lo aplauden. Lo defienden como si fuera un héroe del bienestar laboral. “No tienes que aguantar nada”, “tu salud mental es primero”, “el sistema te explota”. Sí, en muchos casos es cierto. Pero también es cierto que firmaste. Aceptaste. Sabías lo que firmabas.

No puedes exigir estabilidad si no estás dispuesto a dar estabilidad. No puedes reclamar compromiso de una empresa si tú no das ni una semana de lealtad. No puedes decir que buscas crecimiento profesional si abandonas al primer inconveniente.

Claro, hay abusos. Hay explotación. Hay jefes tóxicos y empresas deshumanizadas. Y contra eso hay que alzar la voz. Pero no confundamos inconformidad con inmadurez. No convirtamos cada malestar en una causa viral.

Antes de firmar, investiga. Pregunta. Entiende las condiciones. Y si no te gustan, no firmes. Pero si ya firmaste, cumple. O renuncia con dignidad, sin circo, sin victimización, sin hacer ver como villano al que te dio una oportunidad.

La libertad de elegir no es excusa para la irresponsabilidad.

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