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Fodongueo mental el nuevo mal de las nuevas generaciones de profesionales

Hoy en día no falta quien llegue a la oficina con ojeras de quien no durmió pensando en si su jefe notó que llegó cinco minutos tarde. O quien pase tres horas revisando un correo que dice simplemente “Gracias”. No es ansiedad. Es peor. Es fodongueo mental.

Sí, fodongueo. Ese estado paralizante en el que tu cerebro se atasca repasando cada palabra que dijiste en la reunión de las 10, cada like que no te dieron en tu publicación de LinkedIn, cada silencio en el grupo de WhatsApp del equipo. Ese bucle infinito donde te preguntas si sonaste inteligente, si te viste ambicioso, si te tomaron en serio… o si simplemente te borraron del mapa.

Y no, no es solo un problema personal. Es sistémico. Las nuevas generaciones de profesionales crecieron bajo la lupa de redes sociales, donde cada acción se mide en engagement. Luego entraron al mundo laboral y descubrieron que aquí también hay likes: ascensos, reconocimientos, menciones en correos, saludos en el pasillo. Y si no los tienes, sientes que no existes.

El fodongueo mental no es flojera. Es el resultado de un entorno que premia la apariencia del rendimiento más que el rendimiento real. Donde vale más parecer ocupado que ser eficiente. Donde mandar un mensaje a las 11 de la noche da más puntos que resolver un problema en cuatro horas de trabajo concentrado.

Y lo peor es que lo normalizamos. “Estoy quemado” suena casi como un distintivo de honor. Dormir cinco horas, revisar correos a las 2 a.m., justificar cada decisión… todo mientras fingimos que estamos bien. Porque si no, ¿quién te va a recomendar? ¿Quién te va a promover?

Basta. Necesitamos romper el ciclo. Empezar a valorar la claridad sobre la cantidad. La serenidad sobre la urgencia. El trabajo real sobre la teatralidad del esfuerzo.

Las nuevas generaciones no están rotas. Están sobreactuando en un escenario que les exige constante validación. Pero no tienen que seguir jugando.

Cambia el juego. Habla claro. Trabaja bien. Desconéctate. Y si te juzgan por no fodonguear, quizás el problema no eres tú.

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