
Hoy en día se prima el resultado y se le quita el valor al esfuerzo y el camino recorrido
Hoy ganar se valora más que mejorar. Hoy el resultado se adora como si fuera un ídolo, mientras el esfuerzo, el proceso, la disciplina y el crecimiento quedan relegados al olvido. Vivimos en una cultura del output inmediato, donde lo que importa no es cómo llegaste, sino si llegaste. Y si no llegaste, poco importa lo bien que lo intentaste.
Marcelo Bielsa, en una de sus famosas conferencias, lo dejó claro: si ganamos 1-0 pero el rival dominó todo el partido, tuvo 20 llegadas y pegó tres tiros en el palo, la prensa dirá que “supimos sostener el resultado en los momentos difíciles”. Pero si perdemos 0-1 con la misma estadística, entonces “jugamos mal, no tuvimos juego asociado, los cambios fueron errados, no hubo claridad táctica”. Todo cambia según el marcador final. El proceso es el mismo, pero la narrativa depende del resultado.
Y esto no pasa solo en el fútbol. En el mundo profesional, ocurre exactamente lo mismo. Se premia al que entrega rápido, al que “cierra”, al que “muestra resultados”. No importa si el resultado fue sostenible, si fue ético, si fue construido sobre bases sólidas. Lo que importa es que esté en el informe trimestral. Lo que importa es que se vea.
Por eso, muchos profesionales serios, metódicos, que construyen con paciencia y responsabilidad, terminan invisibilizados. No saben “venderse”, no montan espectáculo, no fabrican narrativas. Simplemente trabajan. Y en un entorno donde la percepción domina sobre la sustancia, eso no alcanza.
Las empresas pierden talento. Pierden gente que piensa a largo plazo, que entiende que los buenos resultados nacen de buenos procesos. Y lo peor es que muchas veces ni siquiera se dan cuenta, porque siguen midiendo el éxito con una regla sesgada: el resultado inmediato.
Con los años, uno aprende a sobrevivir en este sistema. A veces incluso a jugarlo. Pero lo que no se puede perder es el norte. La integridad. La consistencia. La convicción de que un buen trabajo, bien hecho, tarde o temprano deja huella. No siempre será reconocido, no siempre será recompensado. Pero te construye a ti. Y eso, nadie te lo puede quitar.
Que tu palabra siga siendo un documento. Que tu ética no tenga precio. Y que tu trabajo, aunque no grite, hable lo suficiente como para que quienes saben mirar, puedan escuchar.
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