La generación de cristal llegó al mundo de la programación

Hoy el desarrollo de software se llena de perfiles que se ofenden fácil, critican mucho y entregan poco.

Todos quieren ser empresarios o influencers. Pocos quieren escribir código en silencio, resolver bugs difíciles o mantener proyectos legacy. La prioridad ya no es construir, sino parecer exitoso.

Muchos exigen el stack más moderno, ambientes ideales y metodologías perfectas… pero no pueden completar una feature sin ayuda o entregar algo funcional sin depender de una librería más.

El empresario es el villano del cuento. Si alguien emprende, lidera o quiere escalar un negocio, automáticamente es sospechoso. Se instala una narrativa donde cualquier estructura es opresión, y cualquier jerarquía, abuso.

Y lo más curioso: la obsesión por las buenas prácticas. Código limpio, arquitectura hexagonal, principios SOLID, DDD… todo eso es valioso, claro. Pero se ha convertido en religión. Si no sigues esos dogmas al pie de la letra, tu código “no sirve”. Se olvida que la prioridad es resolver problemas, no coleccionar patrones.

El resultado: un entorno hostil al disenso. Si no piensas igual, eres el enemigo. Si no adoptas el último hype tecnológico, estás desactualizado. Y si prefieres soluciones simples, eres “junior”.

La madurez técnica no es saberte todos los acrónimos. Es entregar valor, adaptarte al contexto y construir sin creerte superior por tu stack o tu metodología.


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