
La ideología hoy se ve como un negocio en el mundo laboral
Hoy más que nunca, la ideología se ha convertido en un producto comercializable dentro del mundo laboral. Lo que antes era un ejercicio de reflexión, compromiso social o defensa de principios, ahora se viste de denuncia, se maquilla de justicia y se negocia en silencio tras cada despido, cada queja administrativa o cada campaña interna de “diversidad e inclusión”.
No es raro ver cómo muchas personas, lejos de buscar soluciones reales a problemas reales, alimentan conflictos laborales con el único propósito de obtener beneficios derivados: indemnizaciones, ascensos por presión, cambios de cargo bajo amenaza de demanda, o incluso notoriedad dentro de sus círculos como “defensores de los derechos del trabajador”. La lucha, cuando es genuina, merece respeto. Pero cuando se convierte en una estrategia calculada para obtener ventajas, deja de ser ética y empieza a ser oportunismo disfrazado de conciencia.
Y aquí no solo están los individuos. Los gobiernos, con una precisión casi quirúrgica, han desarrollado una estrategia comunicacional que promueve una ciudadanía con derechos ilimitados y deberes mínimos. Se fomenta la idea de que todo es un abuso, que toda exigencia laboral es explotación, que toda norma es opresión. No se habla de responsabilidad, de compromiso con la empresa, de crecimiento mutuo. Solo se habla de lo que “se merece”, nunca de lo que se debe a cambio.
Este relato, cómodo y seductor, convierte a las personas en votantes útiles: ciudadanos que, al sentirse perpetuamente agraviados, dependen del Estado como salvador. Y así, mientras se alimenta el resentimiento, se desincentiva la productividad, se paralizan las iniciativas y se castiga el esfuerzo de quienes sí trabajan en silencio, sin reclamos ni banderas.
No se trata de negar derechos reales ni de minimizar situaciones de abuso. Se trata de señalar que cuando la ideología se mercantiliza, cuando el conflicto se convierte en herramienta de ascenso personal y cuando los gobiernos convierten a los ciudadanos en eternos deudores del sistema, estamos construyendo un entorno laboral tóxico, basado en la desconfianza, la culpa y el chantaje emocional.
Es hora de recuperar el sentido común. De valorar el trabajo por su aporte, no por el conflicto que genera. De exigir justicia, sí, pero también responsabilidad. De construir empresas y sociedades donde el mérito, el esfuerzo y la colaboración cuenten más que la capacidad de generar una crisis.
Porque al final, no todos los problemas laborales son injusticias. Y no todas las ideologías buscan cambiar el mundo: algunas solo quieren cambiar de puesto, con indemnización incluida.
#Trabajo #Leadership #RecursosHumanos #Productividad #Responsabilidad #CulturaOrganizacional #GestiónDelTalento #ÉticaProfesional #MercadoLaboral #DerechosYLaborales #Opinión #LinkedInOpina
Deja tu comentario
Su dirección de correo electrónico no será publicada.
0 Comentarios