¿Mereces un aumento… o solo quieres uno?
En los últimos años, el discurso laboral ha dado un giro interesante. Ya no se trata tanto de lo que haces, sino de cómo te sientes al hacerlo. Pedir un aumento dejó de ser una negociación basada en resultados y se convirtió, muchas veces, en una apelación emocional: “he dado todo”, “estoy agotado”, “nadie más podría soportar esto”.
Pero hay una pregunta incómoda que casi nadie se hace: si tu desempeño no estuviera a la altura, ¿aceptarías ganar menos? ¿O simplemente pedirías comprensión, empatía y más tiempo?
Porque si el salario es un reflejo del valor que aportas, entonces debe ser bidireccional. No puede ser que solo suba cuando tú lo necesitas, pero nunca baje cuando tu entrega no alcanza. Y sin embargo, eso es exactamente lo que ocurre en muchos entornos profesionales hoy.
Vivimos en una era donde se ha normalizado exigir más sin asumir responsabilidad por menos. Se celebra el “burnout” como si fuera una medalla de honor, y se culpa al sistema por cada error individual. Pero rara vez se cuestiona si uno está realmente cumpliendo con lo que se espera a cambio de ese sueldo, de esas bonificaciones, de esas semanas de vacaciones pagadas.
Claro, hay empresas que explotan, que pagan mal, que exigen lo imposible sin dar lo mínimo. Eso existe, y es injusto. Pero también existe el otro extremo: empleados que firman un contrato, aceptan un rol, y luego actúan como si el compromiso fuera opcional. Llegan tarde, entregan con errores, evitan responsabilidades… y aun así exigen reconocimiento, promoción, o al menos que no se les critique.
¿Dónde quedó la palabra dada?
En el mundo del desarrollo de software —mi ámbito— es común ver a colegas quejarse de que no les pagan lo suficiente, mientras su código no pasa revisiones, sus commits rompen entornos de producción, o simplemente no documentan nada. Y cuando alguien señala el problema, la respuesta no es “tienes razón, lo corregiré”, sino “es que estoy pasando por un mal momento” o “no me valoran”.
Nadie niega que la vida personal afecta el rendimiento. Pero si eso ocurre de forma sostenida, quizás el problema no es la falta de empatía del jefe, sino que estás en un rol que ya no puedes sostener. Y eso no es vergonzoso. Lo vergonzoso es fingir que sí puedes, mientras esperas que otros limpien tus errores y encima te den un aumento por “tu actitud positiva”.
El mérito no es un concepto anticuado. Es la base de cualquier relación profesional sana. Si no se mide, no se valora. Y si no se valora, se diluye. Hoy, en nombre de la inclusión, la diversidad o el bienestar emocional, se ha ido erosionando la idea de que el esfuerzo constante, la calidad del trabajo y la responsabilidad son los pilares del crecimiento profesional.
No se trata de castigar a quien tiene un mal día. Se trata de no confundir la compasión con la justicia. Puedes tener empatía con alguien que atraviesa una crisis, pero eso no significa que deba seguir cobrando como si estuviera entregando al 100 %. Y al revés: si estás entregando al 150 %, mereces más que un “gracias” o un emoji en Slack.
El mercado laboral se está volviendo cada vez más performático. Se valora más la narrativa que los hechos. Se premia más la apariencia de productividad que la productividad real. Y en ese contexto, es fácil olvidar que un salario no es un regalo, ni un derecho emocional. Es un intercambio. Tú das valor, ellos dan dinero. Si el valor disminuye, el intercambio se desequilibra.
Y aquí viene lo que pocos quieren admitir: la mayoría de nosotros no nos bajaríamos el sueldo ni un peso si nuestro rendimiento bajara. Pero sí exigiríamos que nos entendieran, que nos dieran espacio, que no nos juzgaran. ¿Dónde está la coherencia?
No se trata de ser cruel. Se trata de ser honesto. Si queremos que las empresas nos paguen por lo que somos capaces de hacer, debemos estar dispuestos a que nos paguen menos cuando no lo somos. De lo contrario, estamos construyendo una cultura laboral basada en la excepción, no en el estándar.
Y eso, a la larga, perjudica a todos. Porque cuando el mérito se diluye, el talento real deja de tener incentivos. Los que sí trabajan duro se cansan de ver cómo otros reciben lo mismo sin dar lo mismo. Y los que no dan lo suficiente se acostumbran a vivir de la buena voluntad ajena, sin nunca desarrollar la disciplina que el mercado, tarde o temprano, les exigirá.
Así que la próxima vez que pidas un aumento, pregúntate: ¿lo merezco por lo que he hecho, o solo porque lo necesito? Y si tu respuesta es la segunda… quizás lo que necesitas no es más dinero, sino replantearte tu lugar en ese rol.
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