No confío en las personas que usan lentes oscuros en las presentaciones

En el mundo del trabajo, especialmente en entornos tecnológicos, creativos o de alto rendimiento, cada detalle cuenta. No hablo de la corbata perfecta ni del currículum con fuentes elegidas por un diseñador. Me refiero a algo más sutil, más revelador: la necesidad de ocultar. Y una de las formas más comunes —aunque pocos lo noten— es el uso constante de gafas oscuras en presentaciones, conferencias o incluso en reuniones de equipo.

Suena superficial, lo sé. Pero detengámonos un momento. ¿Por qué alguien usaría gafas oscuras bajo techo, en una sala bien iluminada, frente a colegas o potenciales clientes? ¿Es moda? ¿Es actitud? ¿O es una barrera cuidadosamente elegida para evitar que otros lean sus ojos?

El contacto visual no es un formalismo anticuado. Es una herramienta fundamental de la comunicación humana. Cuando alguien se niega a mirarte a los ojos —ya sea por costumbre, inseguridad o estrategia— está enviando una señal clara: no está dispuesto a exponerse. Y en un entorno profesional donde la transparencia, la rendición de cuentas y la empatía deberían ser pilares, esa negativa a mostrarse tal cual es… dice más de lo que muchos creen.

No se trata de juzgar un accesorio. Se trata de observar un patrón. Las mismas personas que usan gafas oscuras en una presentación suelen ser las que evitan responder concretamente a preguntas incómodas, que delegan errores a “factores externos” o que construyen narrativas grandilocuentes sin sustento técnico. Es una actitud: la de quien prefiere proyectar una imagen pulida antes que asumir una postura honesta.

En la industria del conocimiento —programación, diseño, consultoría, investigación— la claridad es un valor. No necesitas carisma para explicar un algoritmo. No necesitas estilo para depurar un sistema. Pero sí necesitas humildad para aceptar que no sabes algo, y coraje para admitir un fallo. Y eso, lamentablemente, no se puede ocultar con un par de lentes oscuros.

He visto demasiadas veces cómo se premia la apariencia sobre la sustancia. Cómo se elogia a quien “suena convincente” aunque sus argumentos se desmoronen bajo el más mínimo análisis. Cómo se promueve a quien sabe cómo vender una imagen, mientras quien resuelve problemas en silencio sigue esperando su turno. Y en medio de todo eso, las gafas oscuras se convierten en una metáfora perfecta: una capa de opacidad que protege la fragilidad de quien no quiere que le lean el alma.

No digo que todos los que las usan sean incompetentes. Pero sí digo que es un síntoma digno de atención. En una era donde la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, donde los sistemas se vuelven más complejos y los errores más costosos, necesitamos menos teatro y más transparencia. Necesitamos líderes que no teman mostrar sus dudas, sus cansancios, sus ojos cansados tras una noche de debugging. Porque eso, paradójicamente, genera confianza. No la perfección estética, sino la humanidad real.

El problema no son las gafas. El problema es la cultura que permite —e incluso celebra— la construcción de fachadas profesionales. Una cultura que valora más el cómo se dice algo que el qué se dice. Que premia el estilo antes que la profundidad. Y que, en última instancia, termina construyendo equipos donde nadie se atreve a señalar lo obvio por miedo a romper la ilusión.

Si estás en una sala de reuniones y el que habla no te deja ver sus ojos… pregúntate por qué. Tal vez no quiera que veas su inseguridad. Tal vez no quiera que notes su desconexión con el tema. O tal vez, simplemente, no tenga nada sustancial que ofrecer más allá de una pose. Porque cuando el contenido es sólido, no necesitas ocultarte. Al contrario: lo muestras con orgullo, sin filtros, sin lentes, sin máscaras.

Y si eso suena incómodo… probablemente es porque toca una fibra necesaria.

No se trata de demonizar un accesorio. Se trata de cuestionar una tendencia: la sustitución de la competencia real por la performatividad del éxito. Y en un mundo donde el conocimiento auténtico escasea, pero la apariencia de saber abunda, tal vez es hora de exigir más que buenos looks. Tal vez es hora de exigir miradas limpias.

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