No importa si se te deprimió el gato

Hay una frase que circula en las salas de reuniones, en los chats de equipo y hasta en los mensajes privados de Slack que parece inofensiva. Pero no lo es.
“Hoy no pude porque tuve un día difícil”.
“Se me cayó el gato”.
“La luz se cortó tres veces”.
“Mi equipo no respondió”.
“Estaba cansado”.

Suena humano. Suena compasivo. Y en un mundo que celebra la vulnerabilidad como una forma de autenticidad, nadie se atreve a cuestionarla.
Pero lo que muchos no dicen en voz alta es esto: cuando las excusas se vuelven rutina, lo que se pierde no es solo el plazo. Se pierde la confianza.

No importa si tu gato se enfermó. No importa si tu hijo tuvo fiebre. No importa si tu conexión se cayó. No importa si tu jefe no te dio claridad. No importa si tu herramienta falló. No importa si estuviste agotado.

Si firmaste un compromiso, ese compromiso no es tuyo solo.
Detrás de cada entrega hay otra persona que depende de ella. Un cliente que espera su producto. Un equipo que alinea su trabajo con el tuyo. Una empresa que paga salarios con base en esos resultados. Un proveedor que prepara su logística. Un compañero que no puede avanzar porque tú no entregaste.

Cuando dices “tuve un mal día”, no estás hablando de tu vida. Estás hablando de un sistema que no puede detenerse por una sola persona.

En mi posición, veo decenas de reuniones al mes donde se justifica lo inaceptable con historias que suenan nobles.
“Pero no fue mi culpa”.
“Nadie me avisó”.
“Me dijeron que era urgente pero no me dieron los recursos”.
“Estaba en modo supervivencia”.

¿Y qué pasa cuando todos están en modo supervivencia?
Nadie entrega. Nadie avanza. Nadie confía.

El problema no es la dificultad. El problema es la ausencia de anticipación.
Si sabes que algo puede fallar, si sientes que el plazo es inviable, si ves que el equipo no está alineado, levanta la mano antes. No cuando ya es tarde. No cuando el cliente ya está molesto. No cuando el equipo ya perdió dos días.

Anticipar no es quejarse. Anticipar es liderar.

No se trata de ser invencible. Se trata de ser responsable.
Hay una diferencia enorme entre decir “no puedo” y decir “esto no funciona, necesito ayuda”.
El primero es una pared. El segundo es una puerta.

Muchos confunden la empatía con la indulgencia.
La empatía es reconocer que alguien tiene una carga. La indulgencia es permitir que esa carga se convierta en una excusa para no cumplir.

En el mundo de la tecnología, donde los plazos son precisos y los sistemas interconectados, una sola entrega atrasada puede desencadenar una cadena de fallas.
Un API no se activa porque no llegaron los datos.
Un cliente pierde confianza porque la interfaz no funcionó.
Un equipo entero se queda parado porque alguien no subió el código.
Y nadie se acuerda de tu gato.

Nadie recuerda tu cansancio.
Nadie valora tu lucha interna.
Lo único que recuerdan es que no cumpliste.

Y en un mercado donde la reputación se construye en silencio y se destruye en un mensaje, esa falta de entrega se convierte en tu marca.

No estoy diciendo que no debas cuidar tu salud mental.
No estoy diciendo que no debas pedir apoyo.
No estoy diciendo que no debas tener compasión.

Estoy diciendo que la compasión no puede ser un sustituto de la responsabilidad.

Hay una generación que ha crecido escuchando que sus emociones son la medida de su valor.
Pero en el mundo real, tu valor no se mide por cuánto sufriste. Se mide por lo que lograste a pesar de sufrir.

Los grandes sistemas no se construyen con disculpas. Se construyen con disciplina.
No con historias conmovedoras. Con entregas consistentes.
No con justificaciones. Con soluciones.

Cuando alguien dice “no pude”, lo que realmente dice es “no prioricé”.
Porque si algo es realmente importante, siempre encuentras una forma.
Con redes móviles. Con laptops. Con horas extra. Con ayuda. Con creatividad.

Pero no con excusas.

Las excusas no dañan solo tu credibilidad. Dañan la cultura.
Cuando uno se permite justificar, otros aprenden que también pueden.
Y pronto, el cumplimiento se convierte en una opción, no en una norma.
Y cuando eso pasa, todo se desmorona.

No necesitas ser perfecto.
Necesitas ser confiable.

Y la confiabilidad no se mide por cuánto te esfuerzas. Se mide por cuánto entregas.

He visto personas que trabajan 14 horas al día, con familias complejas, sin apoyo, sin recursos, y aún así cumplen.
No porque no tengan problemas.
Porque entienden que su compromiso es más grande que su situación.

Esa es la diferencia.

No se trata de ignorar lo humano.
Se trata de entender que lo humano no es un permiso para fallar.
Es la razón por la que debes esforzarte más.

Si tu vida es caótica, entonces tu profesionalismo debe ser tu ancla.
Si tu entorno es inestable, entonces tu entrega debe ser tu constante.

No estás trabajando para ti.
Estás trabajando para quienes dependen de ti.

Y si no puedes cumplir, dilo antes.
Si necesitas ayuda, pídelo con claridad.
Si el plazo no es real, discútelo con datos.
Pero no lo postergues. No lo justifiques. No lo embellezcas con historias que suenan humanas pero que en realidad son evasivas.

La confianza no se gana con disculpas.
Se gana con consistencia.

No importa si se te deprimió el gato.
Importa que el cliente tenga su sistema.
Importa que tu colega pueda seguir.
Importa que tu equipo no se desmorone.
Importa que la empresa pueda seguir funcionando.
Importa que tu palabra siga valiendo algo.

Porque en el mundo real, no hay premios por sufrir.
Solo hay consecuencias por no entregar.

Y si quieres construir algo duradero —una carrera, una reputación, un equipo— no lo hagas con excusas.
Hazlo con acciones.

Con lo que haces, no con lo que te pasó.

Porque al final, nadie recordará tu día difícil.
Solo recordarán si cumpliste.

#ResponsabilidadSobreExcusas #EntregaNoJustificación #ProfesionalismoReal #CompromisoSinCondiciones #TrabajoSerio #NoEsTuGato #LiderazgoConCabeza #CulturaDeEntrega #ProgramadoresQueCumplen #CalidadSobreCuentos

Deja tu comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

0 Comentarios

Suscríbete

Sígueme