Qué difícil es comunicarse con personas que te escuchan pero no te oyen porque su ego no se los permite

Hoy quiero hablar de algo que todos hemos vivido, pero pocos se atreven a nombrar: la conversación vacía. Esa en la que la otra persona asiente, dice “ajá”, te mira a los ojos… pero claramente ya decidió qué va a responder antes de que termines de hablar.

No es falta de educación. No es mala intención. Es ego. Puro y simple.

Hay personas que convierten cada diálogo en una competencia. No escuchan para entender, escuchan para responder. No escuchan para aprender, escuchan para corregir. Y si tu idea no encaja con su visión del mundo, entonces algo estás haciendo mal tú.

El problema no es tener opiniones fuertes. El problema es creer que tu verdad es la única que cuenta. Es imposible construir equipos, liderar personas o tener relaciones sanas cuando tu principal herramienta de comunicación es el monólogo disfrazado de diálogo.

La escucha activa no consiste en esperar tu turno para hablar. Consiste en abrirte a la posibilidad de que el otro tenga algo valioso que decir. Que quizás, solo quizás, tu perspectiva no lo abarca todo.

Y esto no solo pasa en las discusiones políticas o personales. Pasa en las juntas de trabajo. En las retroalimentaciones. En las reuniones uno a uno. Cuántas buenas ideas se pierden porque alguien no supo bajar el volumen de su ego y subir el de su empatía.

No se trata de callarse. Se trata de elegir cuándo hablar y cuándo callar. Porque hablar sin escuchar es ruido. Y el ruido no genera cambio, solo cansancio.

Si quieres crecer, empieza por escuchar como si no supieras nada. Porque en el fondo, no sabes nada. Yo tampoco. Y eso, paradójicamente, es lo que nos acerca más a la sabiduría.

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