¿si tu perro defeca en mi patio, quién debe limpiar?

Imagina que llegas a tu oficina después de un fin de semana largo y encuentras un desastre en la sala de reuniones: papeles regados, café derramado, cables desconectados. Nadie asume responsabilidad. Solo hay miradas incómodas y excusas como “no fue yo” o “yo no vi nada”.

Ahora cambiemos el escenario: tu vecino pasea a su perro, este defeca en tu patio… y él sigue caminando como si nada. ¿Tú debes limpiarlo?

Suena absurdo, ¿verdad? Pero en el mundo profesional, este tipo de situaciones ocurren todo el tiempo. No con cacas de perro, claro, pero sí con responsabilidades evadidas, tareas inconclusas y errores que nadie quiere reclamar. La diferencia es que aquí, en lugar de un patio sucio, dejamos proyectos a medias, reuniones mal coordinadas o clientes insatisfechos… y luego nos preguntamos por qué el equipo no avanza.

La falta de responsabilidad personal es uno de los mayores frenos del crecimiento profesional. Vivimos en una cultura donde muchas veces se premia el “quedar bien” más que el “hacer bien”. Donde delegar es sinónimo de deshacerse, no de acompañar. Y donde si algo falla, lo primero que escuchas es “eso no estaba en mi descripción de puesto”.

Pero aquí va una verdad incómoda: si trabajas en un equipo, todo lo que afecta al entorno de trabajo, aunque no esté en tu descripción, es en parte tu responsabilidad. No necesariamente para resolverlo solo, pero sí para señalarlo, proponer una solución o asegurarte de que alguien lo haga.

Limpiar la caca del perro del vecino no es tu obligación legal. Pero si vives en esa comunidad, tu silencio cómplice alimenta una cultura de indiferencia. Lo mismo pasa en tu empresa. Si ves un problema y haces como que no existe, estás normalizando el desorden.

El profesional del futuro no será el que solo cumple con lo mínimo. Será el que actúa con sentido de pertenencia, que entiende que el éxito colectivo depende de pequeñas decisiones diarias: levantar la mano, asumir errores, ayudar sin que te lo pidan.

Porque al final, no se trata de quién debió limpiar. Se trata de quién decidió hacerlo.

Y si tu jefe, tu colega o tu cliente “defecan” en tu entorno de trabajo, la pregunta no debería ser “¿por qué tengo que limpiar yo?”, sino “¿cómo evitamos que vuelva a pasar?”.

Porque en una organización madura, todos cuidan el patio.

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