Tu mayor activo no es tu título: es tu obsesión por aprender
En un mundo donde los puestos de trabajo se evaporan más rápido que el café de la oficina, muchos siguen apostando por lo que ya no garantiza nada: un título colgado en la pared y una hoja de vida llena de años, no de resultados. Yo he decidido invertir de otra manera. Mi mayor gasto mensual no es en ropa, viajes ni suscripciones de entretenimiento. Es en aprender.
Compro cursos que nadie me exige. Pago por licencias de herramientas que uso solo para experimentar. Por ejemplo, hace unos meses comencé a explorar APIs de inteligencia artificial. No porque mi jefe me lo pidiera, sino porque intuyo que en los próximos años, quien no entienda cómo integrar modelos de lenguaje o visión por computadora quedará fuera del juego. He gastado cientos de dólares en claves de API solo para probar, fallar y volver a probar. Nadie me aplaude por eso. No hay likes ni stories. Solo yo, mi computador y la certeza de que estoy construyendo un puente hacia donde el mercado irá, no donde está.
Otro ejemplo: estoy desarrollando un curso sobre plataformas LMS (Learning Management Systems), pero antes de enseñar, tuve que invertir en servidores, certificaciones y tiempo —mucho tiempo— para dominar tecnologías que ni siquiera están en mi descripción de puesto actual. ¿Por qué? Porque en Chile, como en muchos países, la estabilidad laboral ya no existe. La economía se tambalea, las empresas recortan y los despidos son moneda corriente. Si esperas a que te obliguen a aprender, ya perdiste.
Pero en toda esta vorágine de estudio, mezclada con la presión de un empleo que exige harto, hay una figura clave que evita que mi cabeza de diez galones explote: mi esposa. Ella es quien me sacude suavemente cuando me hundo demasiado en el código o en los manuales. Se hace cargo de lo cotidiano —la comida, las compras del hogar, la logística familiar— y, sobre todo, coordina los momentos de esparcimiento y deporte. No lo hace como un recordatorio moral, sino como un acto de amor pragmático: sabe que si no mantengo equilibrio, mi obsesión por prepararme terminará consumiéndome.
No se trata de ser un workaholic ni de vivir en modo pánico constante. Se trata de entender que, en la era del conocimiento, tu valor no está en lo que sabías ayer, sino en tu capacidad para aprender mañana. Y eso no se logra solo con esfuerzo individual, sino con el apoyo silencioso de quienes te rodean.
¿Crees que tu país está a salvo de esta realidad? ¿Piensas que tu empleo es intocable? La historia reciente ha demostrado lo contrario. La verdadera seguridad laboral ya no viene de una empresa, sino de ti mismo… y de quienes te ayudan a no perder el rumbo mientras construyes tu futuro.
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